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Latero y sillero |
¡Fuimos ecológicos!,
¡los tíos más ecológicos del mundo! Si por aquellas fechas, mediado de los años
cuarenta del pasado siglo XX, hubiera
habido algún Premio Internacional de Ecología y Medio Ambiente, España lo hubiera
ganado merecidamente. Todo era aprovechable: latas, colillas, botellas de
vidrio, basuras ...etc, nada se desperdiciaba. Teníamos montada una admirable
industria del reciclado, nacida de forma espontánea y natural, medio de vida de
infinidad de personas. Ahí estaba el basurero, recogiendo, de puerta en puerta,
los escasos desperdicios domésticos, valiosísimo pienso para sus cerdos,
auténtica base de su negocio; el colillero, rastreador incansable de las
calles en la búsqueda de las codiciadas colillas, convertidas posteriormente en
aparentes y flamantes cigarrillos; el latero también tenía su importancia, ya
que con habilidad y oficio le soldaba un asa a las latas vacías
transformándolas en utilisímos jarrillos; el recogedor de gandinga que,
jugándose la vida, recorría, la vía del tren para recoger los menudos trozos de
carbón, la gandinga, que solían caer de aquellas vetustas y humeantes
locomotoras de vapor; el trapero; el chatarrero; y un sinfín de oficios más que
formaban la primera línea de aquel benéfico ejército de recicladores.
¿Contaminación
atmosférica?, ¿qué era eso?, sin apenas industria ni parque automovilístico,
el aire se mantenía límpido daba gusto respirar. En las noches de Luna nueva,
un paupérrimo alumbrado público permitía contemplar un majestuoso firmamento
cuajado de estrellas. Todo el mundo estaba familiarizado con: las
constelaciones y era raro el niño que no supiese señalar con precisión la
situación de la estrella que marcaba el Norte, la Polar.
Respecto a la salud,
términos como: obesidad, bulimia, anorexia, liposucción… etc. no solo eran
desconocidos por el común de las gentes, sino también por la clase médica. La
mera visión de un gordo transitando por la vía pública hubiera sido un
espectáculo digno de aparecer en los periódicos amén de ser un insulto para todos
los viandantes. ¿Pero cuál era el mágico y eficaz instrumento capaz de mantener
a los españoles delgados como juncos? El
invento no tenía
el mayor misterio y se
conocía corno "la cartilla de
racionamiento", documento
de índole personal
que facultaba a su
poseedor para adquirir,
previo corte del cupón correspondiente, el panecillo
del día, uno por cabeza, o la cantidad de aceite
que se tenía
asignada, o cualquier otro producto
de primera necesidad siempre y cuando que
hubiera existencias.
¡Hasta
el tabaco estaba
racionado!, aquella si que
fue una eficaz medida contra el
vicio de fumar. Pero como pasa siempre
en estos casos de penuria,
coexistía con el mercado legal
otro clandestino, más conocido como
el estraperlo, y al que se
podía acceder siempre
y cuando se
dispusiese de los suficientes
medios económicos y como
éstos eran. escasísimos, la población estaba bien preservada da
caer en el actual y
nefasto dispendio consumista. Pero no
todo era tan positivo
en aquella virtuosa y
austera sociedad, ya que por desgracia
solían abundar los
denominados "enfermos del
pecho", eufemismo utilizado
para designar a los
miles de personas
aquejadas de tuberculosis y que abarrotaban los
sanatorios especializados. Era ésta una temible enfermedad contagiosa que,
aprovechando el estado de desnutrición general, mandaba al otro barrio a casi
todos los que caían en sus garras.
Llegado a este
punto, no tenemos más
remedio que reconocer que aquella sociedad tan ecológica no se formó
sin un estimable esfuerzo por parte de todos. Solo llegamos a tan alto grado de
perfección después de tres años de guerra civil, en la que los españoles nos
empeñamos, con una dedicación digna de mejor causa, en destruir gran parte del
patrimonio nacional incluidas algunas meritorias obras de arte. Otro logro
bastante conseguido mediante el conflicto, fue un eficaz control dé la
natalidad, algo que tanto preocupa, hoy en día, a esta, sociedad denominada del
bienestar; ¿el procedimiento?, obviamente la separación de sexos, todos los
varones en edad de procrear, al campo de batalla, bajo disciplina militar y con
licencia, premiada, para quitar de enmedio
a todo el que se pusiese por delante. También hay que admitir que no
todo fue mérito propio, ya que la ayuda extranjera materializada en soldados,
armas, y dinero fue fundamental para prolongar el conflicto acrecentando sus
desastrosos efectos. Posteriormente, un eficaz bloqueo económico internacional
nos mantuvo a la cabeza de la clasificación durante algunos años más. Es en
estos casos cuando la ayuda de los demás suele ser decisiva.
Como remate a lo narrado
no me resisto a transcribir un pensamiento que leí hace algún tiempo en una
hoja de calendario, decía así: "La guerra es una masacre entre personas
que no se conocen, para provecho de personas que sí se conocen pero que no se
masacran". Aunque a decir verdad, dada nuestra tan especial naturaleza,
los promotores de conflictos no tienen que esforzarse mucho para arrastrarnos a
semejante tipo de aventura.
Petro